
LAS MEMORIAS DE BOB DYLAN
Dylan escribe la canción de su vida
Ubicado ya casi en la categoría de mito, Bob Dylan siempre sorprende: en nuestro país acaba de editarse el primer volumen de sus "Crónicas", donde el músico, poeta y escritor, nominado varias veces al Nobel, hace una crónica vital, aguda e incisiva de sus comienzos como músico y compositor.
El Viejo Bob es el cancerbero que se burla de Bob Dylan. Cada tanto, esta deidad de los 60 reaparece, haciendo que los nostálgicos estallen en elogios ("¡Ha vuelto el Viejo Bob!") pero enojando al señor Dylan al punto de querer mandar todo al diablo. Al menos, así es como lo expresó en sus asombrosas memorias reunidas en Crónicas. Volumen I.
Aquí Dylan dice que se puso rabioso cuando, justo antes de cumplir los 30, lo convencieron de ir a la Universidad de Princeton con la promesa de un doctorado honoris causa, para encontrarse con que lo proclamaban "la auténtica expresión de la conciencia perturbada y preocupada del joven estadounidense". Se enojó aún más cuando Robbie Robertson, de The Band, uno de los pocos contemporáneos de Dylan que no leerá estas crónicas con total fascinación, se atrevió a tratarlo como el gurú reinante de la escena musical. El lugar del hecho fue Woodstock, Nueva York, pero ahora el músico y compositor dice haber sentido "que bien podría haber estado viviendo en otra parte del sistema solar".
¿En qué parte? Ténganlo por seguro: no es la parte que imaginan. Como expresa la Esfinge con atípica franqueza, para decirlo suavemente, Dylan reconoce tener gustos notablemente fuera de moda y puntos de referencia inverosímiles. Se pregunta por qué no fue uno de los tres integrantes de Peter, Paul and Mary. Tiene cosas lindas para decir del Kingston Trio, del senador Barry Goldwater, Mickey Rourke, Frank Sinatra y Bobby Vee. Siente afinidad con Ricky Nelson, aunque sólo uno de los dos creció en un exitoso programa de televisión de los 50. "Era como si él hubiese nacido y crecido en Walden Pond donde todo era maravilloso, y yo hubiese salido de oscuros bosques demoníacos —escribe—; la misma selva, sólo una forma distinta de ver las cosas".
Le interesa la historia militar, a tal punto que reacciona con menos sentimiento ante los acontecimientos históricos de su época que a los de la Guerra Civil. "La atroz verdad" de esa lucha, agrega, "podría ser el gran patrón detrás de todo lo que escribo".
Otro tipo de recuerdos
Este libro recupera los primeros movimientos de creatividad de su autor con sorprendente urgencia. Dylan está plenamente presente al revivir los albores de su carrera de compositor. "No es que un día te despertás y decidís que necesitás escribir canciones", confiesa. En cambio, recuerda haber sentido la necesidad de "convertir algo. Algo que existe en algo que no existía aún".
Y es igualmente vital con respecto a las sensaciones de sus últimos años, la deprimente impresión de cargar con el legado de 16 toneladas de peso del Viejo Bob. "Era como llevar un paquete de carne totalmente podrida —escribe sobre sus canciones más aclamadas—. No podía entender de dónde venían". En estas memorias, Dylan convincentemente recorre el camino que va desde la cima de un futuro prometedor a ser "un jefe de Estado ficticio de un lugar que nadie conoce", estancado en "el pozo sin fondo del olvido cultural".
Deliberadamente, sin duda, Crónicas. Volumen I pone de relieve la insuficiencia de los esfuerzos de los biógrafos por reconstruir los mecanismos interiores de Dylan. Sin demasiado interés por los sucesos que supuestamente marcaron un hito en su vida ni por la cronología o la geografía específicas de sus movimientos, el autor prefiere indagar en otro tipo de recuerdos. Y, una vez más, rinde homenaje a Woody Guthrie —otra figura que no se caracteriza por la exactitud autobiográfica— con un estilo de escritura tanto certero como profundamente fantasioso. Para describir su primer contacto con visionarios y revolucionarios que lo conmovieron (Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Martin L. King), escribe: "Era como si los conociera, como si hubiesen vivido en el patio de mi casa".
La narcotizada locuacidad de su novela de 1996, Tarántula, no se advierte en ningún momento ya que Dylan —quien sostiene que ahora tiene en el paragolpes de su coche una oblea que dice "El mejor abuelito del mundo"— echa una mirada retrospectiva a su vida. No obstante, Crónicas no tiene nada de inocuo. Es un libro lúcido sin ser lineal, un libro que sigue los remolinos del tiempo sin perder su fuerte ilación. Y comienza y termina en más o menos el mismo lugar: la calma antes de la tempestad, la víspera de la fenomenal fama del Viejo Bob. Al empezar el libro, le presentan al boxeador Jack Dempsey, que confundió a Dylan con otro luchador. Por supuesto, Dempsey no se equivocaba.
Reinventarse a sí mismo
El "Holden Caulfield de Hibbing, Minnesotta" (como a veces se presenta Dylan), llegó a Greenwich Village alrededor de 1961 y quedó deslumbrado por sus imponentes personajes. Los delinea de manera sucinta y audaz, aunque eso difícilmente pueda considerarse una sorpresa. Dave Van Ronk, quien le dio a Dylan la primera oportunidad de actuar en un local nocturno de Nueva York, "era apasionado y urticante, cantaba como un mercenario y sonaba como si hubiese pagado el precio". Una mujer llamada Chloe Kiel "era absolutamente genial, canchera de pies a cabeza, un gatito maltés, una víbora total —siempre daba en el clavo—". Cuando Chloe ofreció decorarle los zapatos ("a esos tamangos les vendrían bien unas hebillas") y Dylan no aceptó, ella dijo: "Tenés 48 horas para cambiar de opinión".
Chloe vivía con Ray Gooch, y Dylan a menudo se quedaba a dormir en el departamento —al menos, eso cuenta, mientras describe la alucinante montaña de libros y objetos que encontró allí—. Aspiró un gran caudal de conocimientos y quién sabe qué más; este no es un libro que hable con pelos y señales del lado desenfrenado de su autor. Pero este período de descubrimiento es recordado con emoción, y las opiniones literarias del autor son lapidarias. Le disgustaba el Ulises de Joyce, Balzac le resultaba graciosísimo y dice que una vez se inspiró en los cuentos de Chejov para hacer un álbum. La crítica —que Dylan califica de típica charlatanería— recibió con agrado estas canciones, considerándolas autobiográficas.
¿Cómo podía escapar a semejante vigilancia? El libro se vuelve oscuramente gracioso al describir su exasperación. Años después, en Woodstock y otros lugares, fue perseguido por admiradores y turistas, "chicas que parecían gárgolas" y "espantapájaros", "dementes que caminaban haciendo sonar sus botas sobre nuestro techo". Admite haber abusado del alcohol y visitado Jerusalén en un esfuerzo por perder popularidad. Llegado un momento, funcionó, pese a las ocasionales notas periodísticas del tipo "¿Qué fue del Viejo Bob?". "Ellos también se podían ir a la mierda", subraya.
Parte de Crónicas está dedicada a los esfuerzos de Dylan para reinventarse por muchos medios diferentes. Archibald MacLeigh lo invitó a colaborar en una obra de teatro —que terminó bajando de cartel al tercer día—. Siguió escribiendo canciones, "pero no eran del tipo que te hacen oír un terrible rugido dentro de la cabeza —recuerda—. Sabía cómo eran esas canciones, y estas no eran así". Pensó en aventurarse al mundo de los negocios (una posibilidad fue una fábrica de piernas de madera). Adoptó un nuevo enfoque numerológico hacia las actuaciones en vivo —y aquí, brevemente, el libro se torna extraño—. También es difícil creer en el renacimiento de la energía creativa que logró en una canción que rima "breeze" (brisa) con "cheese" (queso).
Aquellos a quienes les interesan las raíces de la música de Dylan se darán el gusto de rastrear las misteriosas referencias de este libro —por ejemplo la grabación de Darby y Tartleton de "Way Down in Florida on a Hog", para nombrar sólo una—. Dylan está a sus anchas cuando analiza sus canciones preferidas, y finalmente empieza a simpatizar con el tema de sus mujeres favoritas. "De repente, el aire se llenó de hojas de bananero", escribe sobre la primera vez que vio a Suze Rotolo, un viejo amor que figura en sus primeros discos. Suze es un elemento permanente en el Edén del cantante folk, del cual Dylan está siendo expulsado cuando este libro llega a un final lleno de suspenso.
Estas Crónicas, le guste o no al Viejo Bob, lo ponen nuevamente bajo el microscopio. Y aunque este no es el momento de escribir su propio epitafio, Dylan lo ha hecho: "Algunas personas parecen desaparecer pero, cuando verdaderamente se han ido, es como si no hubiesen desaparecido en absoluto".
Publicado por : Diario El Clarin, Bs Aires, Argentina, Domingo 15/01/2006. (c) The New York Times y Clarín.
Escrito por: JANET MASLIN. Traducción: Elisa Carnelli
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