El evangelio Dylan según Scorsese
MUSICA / DOCUMENTAL
El evangelio Dylan según Scorsese
La historia del ídolo de la canción estadounidense es, según parece, irreductible. En su documental sobre Bob Dylan, Scorsese cuenta una parte, la que va desde 1941 hasta 1966. Si en sus autobiográficas "Crónicas" el cantante es impreciso, en su película, editada en DVD, el director es parcial, aunque narra brillantemente, con enfoque sociológico. Gran parte de la vida de Dylan espera un próximo documental. O nuevas "Crónicas".
Pocos son los compositores, tanto de la música llamada seria como de la música popular, que alcanzan el rango de grandes artistas porque, finalmente, como en tantos otros menesteres de la actividad humana, componer es conocer una técnica y aplicarla con más o menos eficacia a un objetivo determinado. Una fuga, una sonata, un vals, un choro, una pieza de jazz, un tango o una chacarera requieren de ciertos conocimientos que nos aseguran la identidad de cada una de esas especies, pero no su poder de conmovernos. Acaso por ello cuando un compositor alcanza ese lugar —que, se dirá, es subjetivo—, existe la posibilidad de que la artesanía logre la condición de arte.Ahora bien, cuando la composición incluye letras, el problema es doble. Si bien ha habido muchas grandes parejas de compositores y letristas, como Gardel y Le Pera, o Rodgers y Hammerstein, o Kurt Weil y Bertold Brecht, o Joseph Kosma y Jacques Prevert, o Jobim y Vinicius, o Lennon y McCartney, para mencionar sólo a algunos, sin temor a equivocarnos en la elección, la lista de compositores que a la vez hayan sido letristas excepcionales, en ocasiones con un rango muy cercano al de la alta poesía, es muy breve. Entre los contemporáneos apenas se me ocurren Georges Brassens, Violeta Parra y Chico Buarque; a veces Paul Simon, Caetano Veloso, Leonard Cohen, Jacques Brel, Cole Porter y Leo Masliah. También, sin la menor duda, Bob Dylan.
En el caso de Dylan, tan alto es el número de grandes composiciones y tan grande su impacto sobre las vidas de millones de personas que, tarde o temprano, su mera excepcionalidad iba a valerle una gran película de naturaleza biográfica. Por eso, antes de entrar en cualquier otra consideración, me apuro a aclarar que No Direction Home —título que corresponde a uno de los versos de "Like a Rolling Stone", uno de los más célebres temas de Dylan—, es mucho más que un documental sobre uno de los más destacados músicos populares del siglo XX.
Me explico: con la excelente excusa de retratar un lapso significativo de la vida del artista (desde su nacimiento en 1941 hasta su último concierto en Gran Bretaña en 1966), se trata sobre todo de un documento sociológico de primer nivel. También, de la significativa mirada que Martín Scorsese —el director del filme— se permite sobre su propia juventud y, consecuentemente, sobre la de muchos de los potenciales espectadores de la historia. Por último, una trama fascinante en la que uno de los más importante íconos contemporáneos permite que sus muchas facetas sean escrutadas desde todos los ángulos posibles, en una operación que, aunque reveladora, contribuye paradójicamente a acrecentar su propio misterio.
Dylan es así en ocasiones, un cronista que privilegió algunas de las formas más populares de la canción como vehículo para aquello que desea comentar; luego, un poeta que dice por el placer de nombrar y no para aclarar nada, aunque más de una vez —como ocurre en varios momentos de No Direction Home— termine haciéndolo; y asimismo cuando no dice nada, la intensidad de lo que calla termina imponiéndosenos con un peso abrumador.
En todos los casos, el registro en el documental constituye el digresivo relato que se teje alrededor de un inmenso artista popular que, como modus operandi, nunca está donde su público necesariamente lo imagina. A tal punto que sus recientes Crónicas, primer volumen de un proyecto autobiográfico en tres libros, lejos de plantearse como una autobiografía tradicional —vale decir, con una secuencia cronológicamente ordenada— retrata muy parcialmente diversos momentos de la vida de Dylan, sin seguir, aparentemente, plan alguno.
A diferencia del método (no método) de Dylan en su autobiografía, la insistente y activa presencia de Scorsese ordena en el documental hasta donde es posible ordenar aquello que en las Crónicas tiende a la vaguedad. Por otra parte, la continua confrontación del testimonio de Dylan con el de muchos de los contemporáneos, a los que alude ya como protagonistas ya como testigos de los hechos referidos, resulta fundamental.
A este respecto, hay muchos momentos interesantes que vale la pena considerar. Por ejemplo, el de las primeras actuaciones de Dylan en Nueva York —largamente referidas en la primera parte del libro autobiográfico—, según el testimonio de los folkloristas (la "k" es ideológica y no como pretenden los españoles una mera "c") Dave van Ronk y Liam Clancy. O el que tiene por protagonista a una desconcertada Joan Baez, en su momento enamorada de Dylan, quien demuestra no haber entendido a quién tenía delante de sí. O la multiplicidad de voces —Pete Seeger, Peter Yarrow, Mike Seeger (de los influyentes New Lost City Ramblers), María Muldaur o la misma Baez, entre otros— que narran el instante inicial de la famosa "traición" de Dylan en la versión de 1965 del Festival de Folk de Newport, cuando sumó a sus actuaciones acústicas el volumen de la guitarra eléctrica de Mike Bloomfield. O la extraordinaria descripción del poeta Allen Ginsberg sobre el impacto emocional que le provocó haber escuchado a Dylan por primera vez en una radio, o su relato testimonial del primer encuentro en Londres entre el cantante y Los Beatles.
El registro de todas estas escenas se debe a la perspicacia e inteligencia de Scorsese, quien además ha realizado un minucioso trabajo de archivo que recupera en forma conjunta y por primera vez no sólo el trabajo de otros documentalistas anteriores (como D. A. Pennebaker, director de Don''t Look Back), sino también cientos de escenas que hacen a los últimos cincuenta años de la historia estadounidense.
Es probable que a los cinéfilos no les baste y no le perdonen a Martín Scorsese lo que seguramente no les molestaría en algún nuevo cineasta iraní o coreano. Cabe señalar entonces la condición de documento que tiene esta película.
También resulta imprescindible recordar que la relación entre el director de Taxi Driver y Toro salvaje, y la música popular norteamericana es de larga data.
Así, en 1969, el propio Scorsese fue asistente de dirección y montajista de Woodstock, el documental de Michael Wadleigh estrenado en 1970, sobre el mega-festival de rock que tuvo lugar en esa localidad neororquina.
En 1976, Scorsese dirigió El último vals, documental que se ocupa del último concierto del extraordinario grupo canadiense The Band antes de su disolución definitiva; allí, junto con otras estrellas invitadas —Muddy Waters, Eric Clapton, Paul Butterfield, Neil Young, Joni Mitchell, Van Morrison, etc.—, también estuvo Bob Dylan porque justamente, se trataba de la despedida del grupo que lo acompañó durante muchos años de su carrera (posteriormente, Robbie Robertson, el guitarrista de The Band, se convirtió en el asesor musical de Scorsese y en el compositor de muchas de las bandas de sonido de sus películas).
Años después, en 2003, Scorsese llevó a cabo una miniserie sobre la historia del blues.
No Direction Home de alguna manera cierra el círculo, ya que concluye registrando las reacciones encontradas del público británico, renuente a abandonar al folk singer por el rocker, durante la gira que Dylan realizó por Inglaterra con Robertson y la mayoría de los otros miembros de The Band en 1966.
El resto es otra historia, y así como habrá que esperar por los nuevos volúmenes de las Crónicas, de Dylan, y por los numerosos "discos piratas" —que a razón de uno cada año y medio nos depara la Sony en sus Bootleg Series—, seguramente deberemos aguardar por la película que se ocupe de su retiro en Woodstock, luego del accidente de motocicleta que casi le costara la vida, o de su sorprendente vuelta al disco como cantante country, o de sus coqueteos con el sionismo y el catolicismo, o de su permanente reinvención como uno de los mayores artistas que nos tocó en suerte.
Publicado por: Revista Ñ, 2006/02/25.
Escrito por: JORGE FONDEBRIDER.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home