Cuadrantes Sónicos

Sonido Pop-Rock de creación y Artículos Escogidos... Reseñas del Programa "Cuadrantes Sónicos" de Podcast.

viernes, marzo 31, 2006

La madre de la única hija de Pablo Neruda

Reportaje:
M. Antonia Hagenaar
Una mujer con tres sombreros

La madre de la única hija de Pablo Neruda es una especie de sombra en la vida del poeta. A
cuarenta años de su muerte, su fantasma aún perturba e ilumina la época dolorosa y oscura
en que siguió a Neruda -de ciudad en ciudad- en medio de un mundo convulsionado. Tras la
separación, el gobierno de González Videla la trajo a Chile con el propósito de desacreditar
a su esposo. Dejó pocos recuerdos en Santiago, donde no fue muy bien tratada y donde
además tuvo líos con la policía.
Una foto de bordes decorados con dibujos de nativos y palmeras es el único recuerdo que quedó
del día en que Pablo Neruda se casó por primera vez. Se trata de una imagen en sepia donde
aparece un Neruda muy serio y vestido de blanco. A su lado su flamante esposa, la javanesa de
origen holandés María Antonia Hagenaar. Ella se ve algo más contenta, con los labios pintados de
rojo, el cabello corto, un femenino sombrero alón y un generoso ramo de flores. Ambos posaron
frente a su casa de Batavia, que según dicen era pequeña pero acogedora.
Neruda había conocido a Antonia sólo meses antes, durante un partido de tenis. Ella, altísima,
delgada, de pelo y ojos claros, había llamado la atención de este poeta que oficiaba de cónsul de
Chile en la isla. Suave y de buen carácter, era muy distinta a su anterior relación, la fogosa y
enigmática Jossie Bliss. “La pantera birmana” había quedado atrás después de que amenazara al
poeta matarlo de puros celos.
Antonia no bailaba alrededor de la cama de Neruda con un cuchillo en la boca como lo hizo Jossie
ni demostró las facultades amatorias de la mítica birmana, pero logró que Neruda se casara con
ella a sólo meses de conocerla. Algunos dicen que la decisión del poeta estuvo guiada por la
terrible soledad que sufría en esos lejanos lugares, y otros, más suspicaces, creen que su
intención era vengarse de Albertina Azócar, su amor chileno que se negó a seguirlo a Batavia.
Según cartas que mandó Neruda a su familia después del matrimonio, era feliz junto a Antonia.
Ella, según le explicó a su padre, era hija de una familia de origen holandés pero residente desde
hacía generaciones en Java. No poseía fortuna personal porque su padre se había arruinado por
malos negocios y trabajaba como empleada en la firma comercial Bataviascha Afdelingsbank.
En Confieso que he vivido la describió como una criolla, es decir “holandesa con gotas de sangre
malaya”. Eso es corroborado por genealogistas que aseguran que Antonia Hagenaar era hija de
Richard Pieter Fedor Hagenaar (nacido en 1857 en Yakarta) y de Antonia Helena Vogelzang
(nacida en Semarang en 1879), quien además tenía como ancestro a una esclava local de nombre
Oranina. De allí las “gotas de sangre malaya”.
Antonia tuvo dos hermanos que fallecieron el mismo año, en 1921, por causas desconocidas. Esa
fue, quizá, la primera de las miles de fatalidades por las que pasó y que la convirtieron a medida
que pasaron los años en una persona pesimista, ermitaña y hermética.
El primer tiempo de su matrimonio con Neruda transcurrió perfecto. Ella cosía mientras él leía en
su casita de pocos metros cuadrados. Solían ir de paseo, mirar arreboles y realizar románticos
picnics. Antonia, que ya se hacía conocer por Maruca de Reyes a instancias de Neruda, se sentía
orgullosa de ser la esposa de un cónsul a pesar de que fuese de un país lejano y desconocido y de
cuyo idioma no hablaba palabra alguna.
A los pocos meses de su matrimonio a Neruda lo trasladaron a Singapur, pero esa residencia
también les duró poco ya que la crisis mundial obligó al gobierno chileno a suprimir el cargo de
cónsul. Así, Neruda junto a su esposa se embarcaron en un buque de carga rumbo a Chile. Según
la escritora y periodista Virginia Vidal, el viaje duró dos meses al cabo de los cuales llegaron a
Puerto Montt. Luego tomaron un tren para llegar a Temuco, donde vivía la familia del poeta. Según
asegura la autora, a Maruca no la recibieron con mucho entusiasmo, quizá porque era de un país
extraño y no hablaba castellano. Era, además, según Vidal, “altísima, sana y de buen apetito”.
Al tiempo la pareja partió a Santiago, donde comenzaron los problemas conyugales que más tarde
terminaron en la más triste de las historias.
Largas noches de bohemia
En Santiago, el aún joven matrimonio se estableció en una pensión céntrica y vivía en precarias
condiciones. El salario de Neruda apenas alcanzaba para pagar el arriendo, que incluía baño
colectivo y otras incomodidades. A pesar de esa realidad Maruca no se quejaba, y según cartas
que envió a su familia política, esas dificultades las veía como temporales. Lo que sí le
desagradaba eran las costumbres bohemias de su marido, que solía llegar de madrugada debido a
reuniones y tertulias eternas con sus colegas poetas. Maruca era absolutamente ajena al mundo
de las letras, por lo que esas conductas le resultaban incomprensibles. Justamente por eso, nunca
se sintió cómoda en los círculos de amigos de Neruda ni tampoco fue bien recibida entre ellos. El
pintor Pedro Olmos la recordó en una ocasión como una extranjera alta, sin mayores gracias y
anodina; Sara Vial como “una sargento más alta que Pablo”, y Diego Muñoz como “un ser extraño,
hermético, con la que no se podía conversar sino sólo en inglés. Hizo lo imposible por distanciar a
Pablo de sus amigos”. El mismo escritor contó en una ocasión que acompañó a Neruda a su casa
de madrugada y se impresionó al verla esperando en el balcón, quizá desde temprano. Del
ambiente literario sólo se llevaba bien con María Luisa Bombal.
Aunque Maruca no lo supo, Neruda aprovechó su regreso a Chile para tratar de ponerse en
contacto con su antiguo amor, Albertina Azócar. Le escribió unas tórridas cartas en donde la citaba
en Santiago para “besarle la frente”.
Las cosas no cambiaron mucho en Buenos Aires, donde fue trasladado al tiempo. Neruda participó
activamente en el ambiente bohemio bonaerense y peleaba por la misma razón con Maruca
durante el día. En la capital trasandina Antonia quedó embarazada de la pequeña Malva Marina, la
única hija de Neruda. La niña nació durante la estadía del matrimonio en Madrid, en agosto de
1934, y llegó al mundo enferma. El parto fue difícil y la chica estuvo al borde de la muerte. Con
bajo peso e hidrocefalia, se convirtió en un motivo de lamento para su padre poeta. Dos años
después del nacimiento de la pequeña Malva, la situación en Madrid se hizo insostenible debido a
la Guerra Civil. Para colmo de males, Neruda ya estaba enamorado de Delia del Carril, una
atractiva argentina mucho mayor que él y a la que introdujo a su casa como pensionista bajo el
pretexto de que ayudaría a Maruca con los cuidados que requería la pequeña Malva (ver “La niña
del carrito”, Fibra 22).
Según el académico chileno-alemán David Schidlowsky, autor de la muy prolija y extensa biografía
del poeta Las furias y las penas, Neruda y su tiempo, ése fue el inicio de uno de los capítulos más
oscuros del poeta, el humanamente más cuestionado. Neruda le habría propuesto a Maruca que
partiera a Holanda, donde la niña podría ser mejor atendida, mientras él se quedaría en Madrid.
Así ella partió a Montecarlo, y luego a Holanda, sin saber que en realidad se estaba separando de
su marido en forma definitiva. Esa conclusión se desprende por las cartas que Maruca le mandó al
que aún creía su marido pidiéndole recursos para mantenerse y mantener a Malva, a quien había
entregado a una familia custodia para su cuidado. En esas cartas ella lo trata de “mi querido
chancho” y las firmaba como “tu chancha”, apodos extraños en boca de una mujer separada de su
marido. Esa suposición de Schidlowsky es corroborada con el hallazgo de los avisos en el
periódico local holandés que anuncian la muerte de la pequeña, acaecida en la ciudad de Gouda
en marzo de 1943. Tanto el obituario como los agradecimientos están firmados por Ricardo Reyes
(nombre legal de Neruda, que en ese entonces estaba en México), M. Reyes-Hagenaar y, desde
Java, la abuela A.H. Hagenaar-Vogelzang. Es decir, hasta marzo de 1943, Antonia usaba su
nombre de casada.
Divorcio a la mexicana
La dura realidad se le presentó a Maruca en el peor de los momentos, a la muerte de la pequeña
Malva Marina. Dado su triste deceso, Maruca manifestó a las autoridades chilenas en Europa que
deseaba reunirse a la brevedad con su marido. Ella quería salir de una Holanda ocupada por los
nazis ya que subsistir ahí era cada vez más difícil. La embajada le avisó al poeta mediante un
telegrama y le propuso repatriarla. Neruda mandó la más cruel de las respuestas. “A pesar del
interés, no deseo el regreso de mi ex esposa a Chile”, dice el mensaje reproducido en el libro de
Schidlowsky y que el autor encontró en el Archivo Confidencial del Ministerio de Relaciones
Exteriores. El telegrama advertía además que si Maruca viajaba le suspendería la mesada que le
mandaba esporádicamente. Schidlowsky califica en su libro la actitud de Neruda como inhumana y
lamentable, ya que condenaba a Maruca a vivir en medio de la guerra y casi sin dinero.
Seguramente fue en ese instante cuando ella se dio cuenta de que su “chancho” ya no era tal. Su
marido se había divorciado unilateralmente de ella en México un año antes, aunque el trámite no
fue reconocido por las leyes chilenas.
Así las figuras de María Antonia y de Malva Marina pertenecen al episodio más oscuro de la vida
del poeta, según el catedrático que pasó años investigando la vida del autor del Canto general y
cuya información plasmó en un libro de más de mil 300 páginas.
Nada se supo de Maruca hasta principios de 1948, cuando fue contactada en Holanda por el
gobierno de Gabriel González Videla, quien había proscrito al Partido Comunista y estaba
empeñado en desacreditar a Pablo Neruda, senador de la colectividad.
Las autoridades chilenas le cursaron una “invitación” para venir a Chile con la idea de que lo
acusara de bigamia. Ella, debido a su precaria situación económica en Europa, aceptó la iniciativa
y el 26 de febrero de ese año emprendió su viaje a Chile. El lunes 1 de marzo de ese año se
presentó en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde habría declarado que no iba a dar
entrevistas desacreditando a Neruda. “Ella manifestó que su ánimo no era molestar a su marido,
sino conseguir de él los recursos necesarios para mantenerse” manifestó Schidlowsky.
A la salida del ministerio, el diario Las Noticias de Ultima Hora trató de entrevistarla, siguiéndola
por las calles céntricas. “He venido a vivir a Chile porque soy la esposa de un ex funcionario
diplomático”, fue una de las únicas frases que emitió. “¿Qué hace, dónde vive?”, preguntó el
periodista. “No sé, no sé todavía qué haré. Vivo cerca de acá, en la casa de unos amigos míos. No
sé si viviré en un hotel después”. Esa mañana vestía de negro, sombrero de paño y tacos bajos,
pero debido a su metro 80 no era difícil de seguir. Observó la vitrina de una zapatería y luego de
preguntar dónde quedaba la calle Ahumada se dirigió a las oficinas de unos abogados de apellido
Aldunate. Allí estuvo 40 minutos y luego tomó un taxi.
El reportero que la siguió la describió como una mujer de rostro agradable y gestos amables, pero
no todos opinaban lo mismo. La directora de la Fundación Neruda, Aída Insunza, esposa del
abogado que defendía a Neruda, tiene recuerdos más lapidarios: “Era una mujer desagradable,
con un gesto feo en la boca. Usaba faldas largas, zapatones y un corte de pelo anticuado. Vino a
Chile a sacarle plata a Pablo”.
Dos meses más tarde se presentó en el Cuarto Juzgado Civil solicitando el disfrute de los bienes
de su marido, quien se encontraba en la clandestinidad. Antes de eso había presentado una
querella por bigamia contra Neruda, quien se había casado en México con Delia del Carril. La
demanda no fructificó porque las leyes chilenas no reconocieron el enlace mexicano, por lo que
legalmente Neruda seguía casado con Maruca.
“Ella es tan tonta”
Según genealogistas holandeses, la madre de Maruca, Antonia Helena Vogelzang, murió el 15 de
agosto de 1945 en Tjideng, Batavia. Lo macabro es que Tjideng no era un sector de la ciudad sino
un campo de prisioneros japonés donde destinaron a mujeres y niños de origen europeo y del que
se cuentan más de diez mil víctimas fatales. Así, la suegra de Neruda habría terminado sus días
en un lugar famoso por sus malas condiciones y malos tratos. Fibra envió mensajes a ex
prisioneros de Tjideng y no pudo confirmar la muerte de la suegra de Neruda en ese lugar, pero sí
que ella aparece en una lista de “residentes” fechada en abril de 1944. Así, cuando Antonia
Hagenaar llegó a Chile ya había perdido a su hija, a sus padres, a sus hermanos y había sido
abandonada por su marido.
La entrada al país no quedó registrada en la embajada de Holanda, porque María Antonia habría
llegado con pasaporte diplomático chileno. ¿Qué hizo en su estadía en Chile? Todo está en la
nebulosa, porque dada su personalidad poco comunicativa y aún más retraída después de la
muerte de su hija, dejaba muy pocas huellas de su existencia. Se sabe que vivió en casa de la
pintora María Tupper, donde no la recordaron con cariño una vez que se fue porque “solía hacer
cosas desagradables como acabarse el café o echar a perder el califont”, recuerda la hija de la
artista, Isidora Aguirre. Su hermana María Elena Aguirre tiene rememoranzas más difusas: “Era
altísima, muy flaca, huesuda y callada. Creo que sufrió mucho”.
La casa de María Tupper quedaba en el centro. Era una casona antigua de adobe, varios patios y
cuarenta habitaciones. En una de ellas se alojó Maruca algunos meses. “Mi madre decía que lo
único que quería era que se fuera. Una vez se encontró con Neruda y le contó la situación, y él le
contestó que no quería saber nada acerca del tema”, recuerda Isidora Aguirre.
En esa casa fue cuando Maruca fue sorprendida por una empleada que se asomó por una ventana
de su pieza. Ella la vio premunida de tres sombreros conversando con unos gatos del barrio. Esa
anécdota dio el título de una investigación de Virginia Vidal titulada: “Maruca Hagenaar, con tres
sombreros puestos”.
Luego de irse de la casa céntrica de María Tupper, Maruca registró varias direcciones en Chile:
Callao 604 piso 2, Compañía 1678, Los Leones 2469 y Luis Thayer Ojeda 63. La última de ellas
era la residencial donde vivía cuando el 15 de febrero de 1954 a las 8.30 de la mañana fue
detenida por efectivos de Investigaciones. El único medio de comunicación que escribió al respecto
fue Las Noticias de Ultima Hora, que tituló el 19 de febrero: “¿Dónde está la primera esposa del
poeta Neruda?”. En el diario no se informaba sobre los motivos de la detención, pero sobre ella se
refirió el gran amigo de Neruda, Tomás Lago, en su libro póstumo Ojos y oídos. Cerca de Neruda.
Relató que el poeta estaba preocupado porque debido a la detención de Maruca podría verse
involucrado su nombre en un asunto ingrato. Tomás Lago pensó que seguramente era por
contrabando, pero Neruda no lo creía: “Ella es tan tonta que no se me pasa por la mente una
actividad semejante de su parte”, habría dicho. Después de varios llamados a personas bien
relacionadas, ambos averiguaron los motivos: drogas. “Nunca se conoce bien a las personas con
las que se ha vivido. Siempre me pregunté de qué vivía”, le señaló Neruda a su amigo Lago.
En Investigaciones aseguran que no conservan ningún archivo que confirme que María Antonia
Hagenaar estuvo relacionada con narcotráfico.
Después de ese episodio Antonia volvió a entrar en el misterio, hasta que el 8 de octubre de 1957
la embajada de Holanda le otorgó una suerte de pasaporte para abandonar el país. Según se dice,
recibió de Neruda 300 mil pesos de la época, aun cuando ella le pidió un millón como condición
para firmar la nulidad.
Maruca se fue de Chile con destino a La Haya. En esa ciudad holandesa registró cuatro
direcciones. La primera de ellas (Frankenslag 153) el 9 de enero de 1958 y la última (Beeklaan
458) el 18 de septiembre de 1961. Al parecer también eran residenciales donde arrendaba piezas.
La suerte nunca la acompañó, ni siquiera después de su muerte acaecida el 27 de marzo de 1965.
Fue enterrada en una tumba para indigentes en el cementerio de La Haya y sus restos depositados
en una fosa común después de diez años, ya que nadie pagó los derechos correspondientes. Al
saber la noticia de su muerte, Neruda pudo casarse, pero esta vez con Matilde Urrutia.

Por:
Alejandra Gajardo