Viejos Acordes
José Hosiasson y Omar Rivoira
Ambos llegaron a Chile hace muchos años por circunstancias inesperadas y se fueron
quedando entre nosotros, semi sumergidos en sus respectivas pasiones: el jazz y el tango.
Un polaco que huyó de la guerra y un argentino que cruzó la cordillera sin saber muy bien a
qué lugar se dirigía. Son José Hosiasson y Omar Rivoira, memoria viva de la música popular
en la que reaparecen los mitos de siempre, desde Louis Armstrong hasta Enrique Santos
Discépolo.
Omar Rivoira
Por: Ian Badiola
A los 83 años, este solitario pianista argentino sigue trabajando seis noches a la semana.
Desde que llegó a Santiago a fines de 1951 dedicó buena parte de su vida a difundir el tango
en nuestro país. Ahora simplemente toca para espantar la nostalgia.
No le gustan las entrevistas, porque considera que son un alarde innecesario. Y él siempre ha sido
un tipo tímido y reservado. Por eso disfruta con la compañía de sus cinco gatos en su casa en calle
San Camilo. Ahí tiene su taller de reparaciones, que más bien parece un museo de pianos. A eso
se dedica durante el día. Pero cuando se acerca la noche se pone un elegante traje negro, corbata
roja, pañuelo blanco, y camina a tomar la micro que lo deja cerca de una tanguería de Providencia,
donde el salón evoca las calles de Buenos Aires y de las paredes cuelgan afiches de películas
viejas. Al fondo está el escenario, donde lo esperan los integrantes del Sexteto Real Caló. Sentado
al piano, Omar Rivoira hace una seña al bandoneón y el contrabajo responde marcando el
compás. El murmullo que proviene de las mesas se interrumpe súbitamente cuando una melodía
conocida por todos anuncia el inicio del ritual. Las siluetas que aguardaban entre las sombras se
deslizan en dirección a la pista, confabulándose para revivir sensaciones olvidadas.
Tenía veintitantos cuando cruzó la cordillera junto a un grupo de amigos para pasar unos quince
días en Chile. Pero terminó quedándose, enamorado del país y de una mujer. Primero trabajó en
varias quintas de recreo; luego fue fantasista de radio Cooperativa Vitalicia, músico del restaurante
Il Bosco y miembro de un sinnúmero de orquestas de variedades. Se casó y tuvo una hija, pero
ambas murieron hace algunos años. Su terapia para espantar la nostalgia consiste en seguir
tocando casi todas las noches. Y cuando habla de tango o política, de sus pequeños ojos desborda
la pasión.
- ¿Cuándo comenzó su carrera de músico?
- Yo tocaba el piano desde los tres años, sentado en las faldas de mi abuelo. A los seis entré al
conservatorio y a los quince me recibí de concertista. Entonces me uní a una orquesta infantil y
comenzamos a tocar en una boite. Mi mamá estaba espantada. Yo intentaba tranquilizarla
diciéndole que éramos unos muchachitos tranquilos, que después de actuar tomábamos mate y
que no le hablábamos a las minas. Pero la verdad era que las mujeres de la boite veían a un
cabrito joven y se volvían locas.
- ¿Por qué decidió venir a Chile?
- A comienzos de los cincuenta tocaba en la Orquesta Símbolo de Osmar Maderna, un talentoso
director y arreglista argentino al que le decían el Chopin del Tango. La cosa es que estábamos
actuando en el club Bambú en Tucumán y escuchamos por la radio la noticia de que Maderna
había muerto pilotando su avioneta. Al cabo de unas semanas se nos acercó un representante y
nos preguntó si queríamos conocer Chile, a lo que nosotros contestamos ¿y dónde queda eso? Sin
pensarlo demasiado, agarramos las maletas y cruzamos la cordillera en tren desde Mendoza como
quien va a comprar a la esquina. Finalmente me quedé 54 años en Chile casi sin darme cuenta.
- ¿Pasaron apuros en los primeros días?
- No, llegamos en condiciones estupendas. Nos dieron trabajo en la quinta de recreo El Rosedal,
de Gran Avenida, donde los lunes había fila para entrar. Los domingos llegaban familias completas
a disfrutar de los espectáculos. De lo que ganaba me alcanzaba para mandarle a mi vieja, pagar la
pensión, pasarlo bien y hasta me sobraba plata. De haber ahorrado podría tener dos o tres
propiedades, pero no tengo ninguna. En la pensión teníamos desayuno, almuerzo y comida y
costaba apenas diez mil pesos.
- ¿En qué se gastaba la plata?
- En mujeres y fiestas. La revolvíamos.
- ¿Cómo recuerda la vida nocturna de Santiago?
- Formidable, era una bohemia interesante, un ambiente de libertad, con diversión sana y alegre.
Por las noches tocábamos en la quinta de recreo y después nos íbamos al restaurante Il Bosco a
eso de las tres de la mañana. Ese lugar era un verdadero barómetro de la política chilena, donde
se reunían artistas, intelectuales, periodistas y las autoridades de la época. Y precisamente allí
conocí a mi señora.
- ¿Cómo hizo para conquistarla?
- En ese tiempo estaba leyendo el libro La timidez vencida de Paul Jagot, así es que supongo que
eso fue lo que me dio coraje. De todas formas, ella después me lo sacó en cara, porque como me
veía siempre con un libro bajo el brazo, decía que la había engañado haciéndole creer que era
inteligente. Al parecer, ella me conquistó a mí.
- ¿La timidez era un problema?
- Sí, y todavía es un problema. Nunca he sido bueno para dar entrevistas. Después comprendí que
en un artista eso puede ser un defecto, porque para triunfar hay que tener ínfulas de grandeza,
como Cassius Clay, al que nadie le creía cuando decía que era macanudo y fíjese que terminó
siendo el número uno del box. Posiblemente los que piensan así son los que tienen éxito. No basta
el talento, se requiere otro elemento al que no llamaría precisamente soberbia, que es una palabra
horrorosa. Es la audacia. La única soberbia que admito es la de mis gatos. Claro, porque usted
reta al gato y te manda a la tal por cual y no vuelve más.
- ¿Se arrepiente de no haber vivido con más audacia?
- Si hubiera sido más atrevido las cosas se me hubieran dado más fáciles. Pero a mi edad viene la
quietud. Mi mujer y mi hija ya murieron, así es que aprendí a convivir con la soledad. Me
acompañan mis gatos y mis libros. No necesito más. Estoy aferrado al pasado y soy feliz
recordando.
- ¿No tuvo nietos?
- No, porque mi hija tenía una enfermedad que la hizo morir joven. Era autista. Yo siempre la
miraba y me preguntaba qué estaría sintiendo. Su vida estaba para dentro. Un poco parecido a lo
que me pasa ahora a mí. A veces me imagino cómo sería si hubiera tenido un nieto. Creo que voy
a tener que fabricarme uno.
Con Allende y Pinochet
- ¿Qué tan seguido visitaba a su familia en Argentina?
- Al principio viajaba bastante. A mi señora la llevé dos veces a Buenos Aires. Después mi madre
venía acá, porque tenía muchas amistades por cuestiones políticas. Mi vieja era una revolucionaria
sindicalista.
- ¿En qué partido militaba?
- En ninguno, pero era activista. Hasta se presentó de candidata a diputada por el Partido
Comunista. De Chile la invitaban a diferentes congresos. Me venía a visitar a mí y de repente
desaparecía. ¿Y mi vieja dónde está?, le preguntaba a mi señora. Y claro, andaba metida en
Sewell con una delegación de obreros.
- Ella influyó en sus convicciones políticas.
- En esos tiempos yo creía en el auténtico comunismo, pero después vinieron las desilusiones.
Teníamos todas las esperanzas depositadas en la Unión Soviética, pero el hombre nuevo se fue a
las pailas. Con mi madre lloramos la muerte de Stalin, y después nos enteramos de que era más
asesino que Hitler.
- ¿Cómo vivió usted el gobierno de Allende?
- Lo vi con simpatías, pero no participé en política, en primer lugar por ser extranjero y, en
segundo, porque prefería estudiar los acontecimientos con cierta distancia. Pero tengo buenos
recuerdos de Allende, porque nos apoyó en todo momento y fue a despedirnos al Tren de la
Cultura que recorrió el país en tiempos de la Unidad Popular. Ese viaje fue maravilloso, recorrimos
todo el sur junto a grandes artistas y folkloristas. Después Allende nos invitó a La Moneda y nos
entregó personalmente un diploma que todavía conservo. Cuando vino el golpe mucha gente lo
quemó. “¡No, estás loco, bota esos papeles que te van a agarrar!”, me decían mis amigos.
- ¿Tenía motivos para temer una persecución?
- Yo era un militante activo de izquierda, pero afortunadamente mi firma no figuraba en los registros
del partido. Eso me salvó. Antes de venir acá, en Argentina tenía una participación directa en
política. Me llevaron detenido varias veces por adherir al movimiento proletario. Como me gustaban
los libros, en la célula me dieron un cargo en Agitación y Propaganda. Pero acá siempre fui un
mero simpatizante, con otra gente como Valentín Trujillo, que estaba muy metido en ese
movimiento en los setenta. Pero después se acomodó con la plata y se arregló con Don Francisco,
que se lo llevó para Miami.
- ¿Sufrió alguna clase de intimidación?
- Una vez, cuando la junta andaba buscando a unos miembros de Túpac Amaru, llegué a mi casa y
encontré a unos militares que tenían todo hecho pedazos. Andaban armados, hurgando debajo de
los pianos por si encontraban alguna vinculación. Aparentemente esas personas estaban
escondidas en una tintorería frente a mi casa.
- Se salvó por un pelo.
- Sí, y lo que me llamó la atención es que me revolvieron la biblioteca, donde tenía puros libros
marxistas-leninistas. Quizás no se dieron cuenta.
- ¿No encontraron el diploma de Allende?
- Ya lo tenía fondeado. Lo guardo como un tesoro.
- ¿Cómo se las arregló después para ganarse la vida con el toque de queda?
- No se podía trabajar en la noche, así es que me dediqué al taller de reparaciones. Pero también
había que comer. Algunas veces los militares nos subían a unas micros especiales para actuar en
la Escuela Militar. Y los músicos íbamos calladitos nomás. A nadie se le ocurría negarse, por temor
a represalias.
- Entonces también tocó tangos para Pinochet.
- También.
El Amargo
- Todavía persiste una controvertida disputa histórica sobre el origen del tango.
- Según lo que he estudiado, puedo decir que el tango es de origen afrocubano y está influido por
el son, la habanera y la milonga. Los primeros negros que llegaron al Río de la Plata traían consigo
esas manifestaciones que dieron forma al tango primitivo. En un comienzo estaba prohibido en los
salones de ciertas clases sociales, así es que se desarrolló fundamentalmente en los arrabales y
prostíbulos. Los uruguayos dicen que el tango es de ellos, pero eso es una tontería. Hasta se
creen con el derecho de reclamar a Gardel. Yo digo que Gardel es universal, aunque en estricto
rigor, nació en Francia.
- Aunque pueda sonar algo trillado, ¿qué significa el tango para Argentina?
- Creo que últimamente el tango se ha convertido en una postal y la mayoría de la gente se queda
con esa impresión básica. Pero antes era una forma de expresión que llevaba impresa el ritmo de
la ciudad, del noctámbulo, del hombre abatido al que el mundo ha golpeado sin piedad. Para
Argentina el tango es música ciudadana, una suerte de desahogo y protesta social, lo que expresó
muy bien Santos Discépolo.
- Santos Discépolo compuso “Cambalache” en los años treinta. ¿Cómo completaría usted
su descripción del siglo XX?
- Es difícil añadirle algo a Santos Discépolo, el filósofo del tango e inventor de la desesperanza.
Por eso le decían el Amargo. Con “Cambalache” abarcó una enormidad. Parafraseándolo, diría
que su pensamiento está vigente ahora y en el tres mil también.
- ¿Comparte su desesperanza ante la historia y los hombres?
- La comparto hasta cierto punto, porque no me considero pesimista. Cuando uno es joven quiere
construir el mundo, amar a la humanidad, levantar al obrero. Pero después se derrumban las
grandes utopías y con ellas se hacen añicos los ideales colectivos. Por ejemplo, en mi caso, tuve
una desilusión demasiado fuerte al ver en lo que degeneró la Revolución Rusa.
- ¿A qué músicos admira?
- Cuando comencé en esto los artistas más importantes eran Pedro Maffia, Julio de Caro y Pedro
Laurenz. Enrique Santos Discépolo era un jovencito, no se conocía mucho, aunque también llegó a
ser un genio, al igual que Piazzolla. Los grandes de Chile son Claudio Arrau y Rosita Renard. Nada
que ver con Roberto Bravo, que a pesar de ser discípulo de Arrau resultó ser muy inferior.
- Ultimamente algunas agrupaciones electrónicas han tomado al tango como punto de
partida para desarrollar nuevos lenguajes musicales con gran éxito. ¿Cómo se explica este
fenómeno?
- Es lo mismo que sucedió cuando Piazzolla se aburrió de las formas estandarizadas del tango y lo
enriqueció con la tradición clásica, logrando una renovación. Podría decirse que resucitó una
música que estaba agonizando. Ese fue su gran aporte, a pesar de que en Buenos Aires lo
llamaron “el asesino del tango”. ¡Qué es lo que ha hecho el cojo éste!, decían los mediocres.
Concuerdo en que el tango, como toda manifestación artística, debe admitir una evolución. A
través de la fusión con la música electrónica se crean lenguajes que dan cuenta de que todo en la
vida cambia. Si el arte dejara de transmitir una realidad vital, se haría obsoleto.
José Hosiasson
Por: Francia Fernández
fotografía: Bob Borowicz
Nació en Polonia. Creció en Italia. Se quedó en Chile. Y el jazz lo apasionó siempre. A los 74
años, es considerado el principal difusor del género en el país y posee una de las
colecciones más completas en todos los formatos: vinilos, cassettes, compactos. Es quizá
el único representante local que ha escrito en publicaciones tan prestigiosas como Down
Beat y posado al lado de nombres fundamentales como Louis Armstrong, Dizzy Gillespie o
Lionel Hampton. Acá, algunos sonidos de su historia.
¿Quieres que te muestre algo espectacular? - pregunta José Hosiasson con la mirada vivaz de un
niño. Luego se dirige a una estantería repleta de libros y vuelve con un ejemplar de Satchmo, my
life in New Orleans. Es la autobiografía de Louis Armstrong y en la primera página se lee: “To
Peppy, a real swell guy”. O sea, “a Pepe, un tipo fabuloso de verdad”. La dedicatoria fue escrita de
puño y letra por el gran trompetista en 1957, año en que vino a Chile.
Entonces, unas tres mil personas asistieron a su histórico recital en el desaparecido teatro Astor de
Huérfanos. Y Pepe Hosiasson ofició de presentador, con un smoking especialmente confeccionado
para la ocasión.
“Era la primera vez que estaba con un ídolo al que admiraba desde que yo tenía 13 años. Me
encontré con que este semidiós era humano y muy cordial. Tenía colgadas la cruz, la estrella de
David, la manito de Fátima y toda clase de amuletos. Decía que alguno le tenía que servir.
También andaba con unos purgantes llamados Swiss Kriss y se los daba a todo el mundo”.
El hombre larguirucho y canoso de 74 años que habla pausadamente y con un poco de acento,
lleva 60 dedicado a estudiar, difundir y reseñar la cultura jazzística. Tenía sólo 26 cuando
acompañó a Armstrong y su segunda mujer, Lucille, durante los tres días que duró su visita. El
encuentro con la figura más gravitante en la historia del jazz sería apenas el primero de una
extensa lista a lo largo de su vida.
Nacido en Varsovia (Polonia), en 1931, Józef Hosiasson se contactó con la música desde la cuna.
Su padre, Hendryk, era un abogado, compositor y empresario que lo obligó a tocar el cello. Por
gusto, en cambio, él aprendió a “buscar cositas” en el piano.
“Mi papá era fanático de George Gershwin. En esa época, la mayoría de la gente no diferenciaba
muy bien entre el jazz y la música popular. De todo lo que yo escuchaba había cosas que me
gustaban más; años después descubrí que esas cosas se llamaban jazz”.
Antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial y de que los alemanes ocuparan Polonia, el
papá de Jósef lo llevó a un local nocturno que en las tardes funcionaba como salón de té. “El té
era amenizado por una banda que tocaba “Song of India”, un tema que popularizarían el
trombonista Timmy Dorsey y su orquesta. Yo debo haber tenido unos 6 ó 7 años y quedé
completamente fascinado”.
Después de la invasión alemana, Pepe, su padre y su madre, Edwarda, pasaron a Bolonia, Italia.
Cuando Mussolini entró en conflicto como simpatizante de Hitler, los Hosiasson fueron confinados
a un pueblito de Abruzzo, en el centro del país. Como eran de origen judío, allí los adultos no
podían trabajar y los niños no podían asistir a la escuela. Jósef se formó en casa con un profesor
particular.
“Yo tenía como 11 años, pero no sufrí mucho; de repente algunos niños nos decían que éramos
sus enemigos, pero nada más grave. No había campo de concentración ni cárcel, incluso mi papá
jugaba póker con el alcalde, aunque tenía que ir a firmar a la comisaría todos los días, eso sí, para
comprobar residencia”.
Conozca el jazz
Su papá murió en Italia, en febrero de 1948, un mes antes de que se embarcaran para Chile. En
Valparaíso los esperaba el tío Ludvik, a quien habían enviado a la cabeza de la fábrica de
cosméticos Bourjois&Chanel. Una actividad a la que también se habían dedicado en Polonia.
A los 16 años, José (rebautizado así en castellano) ingresó a la Scuola Italiana del puerto sin saber
español (ahora habla seis idiomas). “Llegué con mi cello y hasta toqué en el Municipal de Viña.
Después de eso vendí el instrumento”.
Los discos de jazz, que comenzó a coleccionar a los 12 años con la plata que le daban para ir al
cine en Italia, también lo acompañaron. Especialmente el primero que compró: Louis Armstrong
con los Hot Five, de 1925.
En su nueva tierra, Pepe no tardó en dedicarse a la pasión de su vida. Durante cuatro años, tres
veces por semana y con el uniforme de colegio puesto, condujo el programa Conozca el jazz de
radio Recreo de Viña del Mar. Algo similar haría hasta comienzos de los 60 en radio Chilena de
Santiago.
Hosiasson y el pianista Giovanni Cultrera se conocieron hace 56 años en el patio de la escuela.
“Vimos un piano en un salón. Yo le dije: toco piano, y él me contestó: yo también. Tocamos un
blues a cuatro manos”, recuerda Cultrera.
Desde ese momento se hicieron inseparables. A Giovanni, quien también era un inmigrante
(italiano) le llamó la atención que un tipo tan joven supiera tanto de jazz. Junto al resto de sus
compañeros escuchaban el espacio de Hosiasson en radio Recreo. “Creo que fue el mejor que oí
en mi vida, era muy didáctico. Hace un tiempo le pregunté a Pepe si tenía los apuntes que usaba
para incluirlos en un libro, y me dijo que no. Lo que pasa es que no aprecia lo que hace, es muy
autocrítico”, señala Cultrera.
Tanto desde ese programa, como al lado de su amigo Cultrera y otras personas con quienes se
reunían a escuchar jazz, Pepe contribuyó a la fundación del Club de Jazz de Valparaíso y Viña del
Mar, en 1954. Entonces él ya había partido a la capital a estudiar arquitectura en la Universidad de
Chile y era “militante” del Club de Jazz de Santiago (CJS), que funcionaba hace 11 años.
En ese tiempo compuso el tema “Lamento del directorio”, que es el reclamo del directorio del CJS
porque no había dinero. La grabación, junto a su banda Los Mapocho Stompers, quedó registrada
en una cinta que Pepe conserva y puede escucharse también en un disco incluido en el libro
Historia del jazz en Chile de Alvaro Menentau.
Actualmente, Hosiasson es uno de los miembros honorarios del CJS y es común verlo allí los fines
de semana. También rota por el Perseguidor y el Thelonious, en Bellavista. Va vestido
elegantemente, como salido de otra época, quizá de la época en que los músicos de jazz tocaban
“trajeados”.
“El es muy jovial y siempre anda dando datos. Hace poco viajé a San Francisco y me recomendó
dos conciertos de jazz. Yo lo sigo en sus críticas de discos que escribe en El Mercurio”, afirma
Carlos Mladinic, presidente del directorio de TVN.
El ex ministro de Agricultura conoce a Pepe desde hace unas tres décadas. Entonces Mladinic
vivía en Punta Arenas, donde su padre tenía un negocio, y Pepe pasaba por ahí ofreciendo sus
productos. “Un día, mi mamá y mi papá se pusieron a discutir por temas de la pega. Pepe me guiñó
un ojo y comenzó a seguir la conversación en el piano, eso me pareció muy divertido”.
Según dice, también está en deuda con él. Como colecciona discos y discos, su mujer le reclamó
para qué compraba tantos si no los iba a escuchar. “Pepe nos invitó a cenar a su casa y subimos al
‘templo’ que tiene allí, con muchísimos más discos que los míos. Mi señora le preguntó: ¿y cuándo
escucha todo esto? El le respondió: ¿y por qué crees que lo compro para escucharlo? Ahora estoy
feliz, porque no me molestan más en la casa”.
Cuando niño, Pepe soñaba con ser conductor de tranvía, en realidad, vendedor de boletos, “el tipo
que andaba con la bolsa llena de plata”. Finalmente, ni eso ni la arquitectura terminaron por
convencerlo.
Lo único que sabía cuando se retiró de la universidad después de dos años, es que quería viajar
por el mundo. Trabajó como agente de viajes y como parte del staff de líneas aéreas extranjeras.
“Descubrí que era la forma de viajar sin ser rico”.
En sus idas a Estados Unidos se conectó con gente e instituciones del jazz, gracias a una beca de
la embajada de ese país. Siguieron los festivales y comenzó a cubrirlos para la revista canadiense
Coda. Eso le permitió entrada y alojamiento gratis en los conciertos, pero él se pagaba los pasajes.
Claro que ahora se había casado con la pintora Gabriela Saavedra y había dejado las agencias de
viajes para fundar con un socio una oficina de representación de textiles. Y pasaba sus vacaciones
en los festivales.
“Todo lo que he ganado me lo he gastado en jazz. Lo que pasa es que yo siempre consideré que
era un favor que me hacían para poder estar allí. Comencé a escribir como retribución”, explica.
- ¿Y qué te ha dado el jazz a cambio?
- Una vida. Si no fuera por el jazz, no creo que habría valido la pena haber vivido. Hay tres cosas
que me han interesado realmente: el jazz, la comida y el sexo.
- ¿En ese orden?
- No, parejo.
Gracias al jazz trabó amistad con el connotado pianista Bill Evans y hasta tocó a dos pianos con él
en su casa de Nueva York. Cuando éste vino a Chile en el 72, Pepe Hosiasson fue a esperarlo al
aeropuerto. En Chile era él quien hacía de intérprete de cada visita ilustre. Ocurrió con el baterista
Elvin Jones ese mismo año y con Duke Ellington, en 1970.
Al pianista y director de orquesta que repletó el teatro Caupolicán con siete mil personas, Pepe lo
entrevistó para la televisión.
- ¿Era un verdadero Duque, como lo llamaban?
- Tenía una máscara, una careta pública. Lo entrevistaban a cada rato, así es que daba
contestaciones ensayadas. El sabía que era un ser superior, pero se cuidaba de no posar como tal,
por eso se mostraba humilde. Después de la entrevista lo vi en una pelea durante el ensayo y se
dio con todo con uno de sus músicos, el trompetista Cootie Williams, que llevaba como 40 años
tocando con él. Ambos se trataron de hijos de puta. No entendí mucho, pero supongo que, por el
tiempo que se conocían, era como una pelea de matrimonio. Yo fui el único testigo.
Tesoros escondidos
“I love Jazz”. La diminuta calcomanía da la bienvenida a la buhardilla de Pepe Hosiasson ubicada
en el segundo piso de su casa. Al entrar a sus dominios, la música ataca desde los cuatro
costados. Dos parlantes enormes al fondo, vinilos y CD a la derecha, cientos de libros, cassettes y
más compactos a la izquierda. Otros libros y otros discos amontonados en la parte de atrás.
Equipos de diferentes configuraciones a la redonda. Y, sobre una mesa de centro, docenas de
revistas en inglés que hablan de jazz, por supuesto. Entre ellas, Down Beat, la prestigiosa
publicación estadounidense para la cual Pepe colaboró en otras épocas.
En su cuarto repleto de tesoros jazzísticos - aunque él no los llame así- - , una seguidilla de fotos
en que desfilan Louis Armstrong, Benny Carter, Duke Ellington, Dizzy Gillespie, Lionel Hampton,
con el propio Pepe incluido en algunas de ellas, adornan tímidamente las paredes.
- ¿Qué o quién ha sido lo que más te ha impresionado en todo este tiempo?
- Me impresiona la sabiduría. La cosa del genio, como no lo soy, no la comprendo. Me quedo
boquiabierto y sin entender a gente que hace cosas que no se pueden hacer, como en el circo, que
ves personas caminando sobre un alambre y no lo pueden explicar ni ellos mismos. Además, creo
que deben pensar que los demás somos estúpidos porque a ellos no les cuesta. Hay una frase
muy linda que me dijo el saxofonista Lew Tabackin. Un día hablábamos sobre una pieza, “Lush
life”. ¡Por Dios, que es difícil!, le dije yo. “No”, me dijo, “es difícil si no la sabes”. Ahí tienes la
contestación de un genio, ni siquiera un genio, un tipo inteligente. Es algo muy cierto, una lección
de vida: las cosas son difíciles porque no las sabes.
Dice lo que dice a pesar de que es una enciclopedia viviente, con la memoria fresca para detectar
la menor imprecisión respecto del integrante de un conjunto, del título de una canción o de un
determinado estilo. Para ejercitar sus conocimientos y también pensando en la posteridad, creó un
archivo computacional detallado que le llevó cuatro años, con todo el material que posee hasta la
fecha. Para hacerse una idea del tamaño de su registro, sólo del famoso standard “Caravan” de
Duke Ellington hay 137 versiones.
No será la herencia para sus cuatro hijos, a quienes inculcó el amor por el género (uno de sus
gemelos, Felipe, además de arquitecto es el pianista de los Santiago Stompers). “Saben que si lo
repartimos no vale nada. Me gustaría venderlo para que se cree una fundación de jazz, pero no
hay gente que quiera poner dinero, y por mi situación actual me conviene hacerlo. Yo no tengo
ingresos, porque como empresario retirado no tengo jubilación y estoy viviendo de mis ahorros”.
Quién sabe cuál será el valor en efectivo de su colección personal. Entre muchísimos objetos
únicos se cuenta una corrida de cassettes con grabaciones que Pepe registró durante esos
festivales con tocatas irrepetibles, álbumes de fotos que él mismo tomó (es fotógrafo aficionado,
aunque le reste importancia, como a todo). Sólo en uno de ellos puede observarse a varios pesos
pesados: Count Basie, Miles Davis, los saxofonistas Benny Carter, Lou Donaldson y Phil Woods, al
genio del blues Muddy Waters y al famoso productor y director artístico que descubrió a Bob Dylan,
John Hammond, quien terminaría convertido en uno de sus amigos neoyorquinos más cercanos.
Las historias sobran. Los nombres también. No alcanza esta nota para enumerarlos, ni las horas
para escucharlos a todos. Después de todo, a José le ha tomado 60 años.
- De todo lo que tienes aquí, ¿hay alguna melodía que signifique mucho para ti o es tanto
que te cuesta decidir?
- No. Para empezar, en jazz no es la melodía lo que importa, es cómo la tocas, entonces cada obra
es una obra diferente aunque sea “Caravan”. Hay piezas como “Body and soul” que me gustan
mucho y grandes intérpretes que la han tocado muy bien, pero sé que finalmente no es así.
Algunos de los genios que he conocido, como Sonny Rollins (saxofón), han tocado piezas que yo
encontraba horribles y las han convertido en algo maravilloso. Nunca se me habría ocurrido que se
podía hacer algo con ellas...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home