Ángel Parra recuerda a Violeta, a 90 años de su natalicio
“He vuelto a soñar con mi madre”
Un 4 de octubre nació la artista total del clan Parra. Desde este martes, y por cinco años, parte de sus pinturas y arpilleras encontrarán por fin un hogar permanente en el Centro Cultural Palacio La Moneda. Aquí, un extracto de “Violeta se fue a los cielos” (Catalonia), donde su hijo la recuerda.
Por Por Ángel Parra / La Nación. Domingo 30 de septiembre de 2007
Como tantas ocasiones, anoche soñé con mi madre, tal vez se me apareció.
De todas maneras en el silencio de la noche siempre la oigo, y presiento. No sé si me habla, tal vez canta para que yo escuche y luego repita, no sus palabras, el contenido.
Simplifico y entiendo que lo que hay que hacer es dar a conocer sus obras y punto. No soy médium.
Entre sueño y vigilia, van y vienen las imágenes perdidas, a veces pienso que está de viaje, uno de los tantos, Chiloé, Atacama, Chillán viejo. Puede ser que regrese mañana. Mi madre es impredecible.
La veo en transparencias, como recuerdos de niño borracho. Flashes fotográficos. Mi madre con Alejandro Jodorowsky, año 56, paseando frente al Museo del Louvre (recién lo supe). "Mira, Alejandro, ahí estarán mis trabajos en algunos años más", mostrándole el imponente museo.
Comiendo con la doctora Françoise Dolto: presa de estertores y fiebre, Violeta dice: "Algo está ocurriendo en Chile". En los diarios al día siguiente, temblores violentos en este país.
El Premio Caupolicán, año 1954, la consagró definitivamente. ¿Qué significaba esa consagración para ella? Nada, absolutamente nada. La parte más ardua vendría después.
Durante su paso por Concepción participa, canta, recopila, mientras sus amigos queridos, Gonzalo Rojas y Fernando Alegría, organizan el Primer Encuentro de Escritores Latinoamericanos.
Al volver a Santiago trae con ella a un señor de barba y anteojos, delgado, que sólo hablaba inglés. Estuvo en casa algunos días. Nicanor pasaba a buscarlo, antes yo les preparaba carne a la parrilla, con picardía, la que consistía en esconder dientes de ajo en la carne, sin que se notara desde el exterior.
Cuarenta años después supe, gracias a una entrevista por él concedida, que se trataba de Allen Ginsberg, gran poeta norteamericano. Al preguntarle el periodista si recordaba algo de Chile, respondió: "Sí, a Violeta y a su hijo Ángel que cantaba cuecas todo el día". Exagerado, pero le agradezco.
Violeta del Carmen Parra Sandoval, mi madre.
Complejo personaje, la sensibilidad a flor de piel por la gente sencilla de su pueblo, sufre hasta las lágrimas por las injusticias. Algunas veces la escuché llorar. Me daba miedo. Parecía el llanto de una loba madre a quien le han asesinado sus lobitos, un llanto profundo, negro, doloroso, desde el fondo de su pequeño cuerpo salía ese sollozo bíblico. A nadie, nunca más, le he escuchado ese lloro que me impresionaba, me provocaba tiritones, angustia. ¿Qué fuerza interior la movía? ¿De dónde salía toda esa energía que movía montañas? Salió airosa de las situaciones más complejas e intrincadas. ¿Sufrió? Sí. Mucho. No por ella, por los demás.
LA BATALLA DEL LOUVRE 1964
Recuerdo el día que la recibió el director del Museo de Artes Decorativas, monsieur Farré. La comisión que había aprobado sus trabajos decidió cambiar la programación y anular su exposición.
Todas las tapicerías, los óleos en el suelo, dibujaban un inmenso mapa. Reflejando las alegrías y angustias de mi madre.
El director no alcanzó a decir "je suis desolé" y ella sacó su artillería de argumentos, sus justas razones, sus precisas demandas, él debía cambiar esa decisión. La comisión rechazaba sus trabajos.
Nos retiramos de la maravillosa oficina de monsieur Farré en un estado, no sé cómo llamarlo, no encuentro la palabra. Esa tarde lloró con ese llanto de que hablé antes y por primera vez en mi vida sentí en el cuerpo, físicamente, en las manos, en la espalda, una sensación de dolor. La depresión y el dolor no eran síquicos. Debíamos esperar algunos días para una nueva respuesta.
No puedo decir que yo sufría como ella lo estaba haciendo. Preocupaciones mínimas, estúpidas, juveniles, las mías.
Me di cuenta de la extraordinaria importancia que esa exposición tenía para ella y recién comprendí qué era lo que quería decir: "Esto lo hago para Chile, no para ustedes".
Llegamos a la rue Monsieur Le Prince, al hotel de "La Candelaria", la pieza donde yo vivía y que le cedí el tiempo de duración de la exposición. Me pidió que la dejara sola. Quedó vacía, sin fuerzas, desvitalizada. Debía vivir sola ese trance.
Trabajaba yo desde temprano en "La Candelaria". En el quinto piso se situaba la habitación ahora ocupada por mi madre.
Entre las ocho y las diez de la noche yo acompañaba a un viejo guitarrista. El negro Ricardo, cariñosamente así lo llamábamos. Llegó a los 14 años a Francia para integrarse a los guitarristas que acompañaban a Carlos Gardel. Aprendí mucho con él.
Mi madre bajó a escucharnos, se veía recuperada, me hizo una seña, dejé mi guitarra, fui a verla. Algo había cambiado en ella, la sentí suave y dulce, con su voz ronca habitual me dijo. "Mañana a las once de la mañana debes ir al museo, no te acuestes demasiado tarde, monsieur Farré te dará la respuesta definitiva". Me tocaría cumplir una misión de enorme importancia.
Al día siguiente, en la oficina del director del museo, a las once menos cuarto, con su más bella sonrisa me anuncia que había logrado hacer entender a la comisión. Se mantienen las fechas, la exposición de Violeta Parra era importante, necesaria.
Volé por las calles de París. Le llevé la noticia como quien lleva un tesoro entre los dedos, no podía caerse, quebrarse, perderse. Fui absolutamente feliz de ser el ángel mensajero.
Me recibió diciendo: "Tus pasos en la escalera me avisaron, sé que me traes buenas noticias". Posteriormente le escribió a una amiga diciéndole: "Ángel traía el sol en su cara y eso era lo que yo esperaba". Nada más.
Lloró con dulzura, un llanto totalmente diferente al desgarrador descrito anteriormente.
La exposición de las obras de mi madre en el Pavillon du Marsan, en el Museo de Artes Decorativas del Louvre, fue en el mes de abril.
En el catálogo, modesto por cierto, Ivonne Brunhamer escribe: Violeta Parra s approprie le monde et en fait son uvre, elle anime tout ce qu elle touche, de une vie précise, originale, les mots et les sons, les formes et les couleurs. Elle est artiste totale, musicienne, peintre, sculpteur, potier, enfin po te comme son fr re Nicanor et son ami Pablo Neruda.
Volví a Chile en junio de 1964. Pero eso pertenece a otra historia.
ESTAMPIDA
La mañana del 5 de febrero de 1967 escuchó hasta el cansancio la canción que cantáramos con mi hermana Isabel. Ese mismo domingo Violeta se fue a los cielos.
Río Manzanares, déjame pasar
Que mi madre enferma
Me mandó llamar
Mi madre es la única estrella
Que alumbra mi porvenir
Y si se llega a morir
Al cielo me voy con ella.
LCD
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